El recelo del artista

Yo no me considero un artista pero en este escrito hablaré como si lo fuera.

 

Hace poco vi en Twitter un hilo de un padre de familia que, orgulloso, compartió los motivos que tenía para admirar a su esposa y dentro de la historia comentó que a su hija le gustaba pintar las paredes de la casa cada tanto. Un día quiso interrumpirla, ella se enojó y le dijo que la obra de un artista no se puede ver sino hasta que está terminada.

 

Eso me hizo recordar la vez que estaba dibujando en un Ipad que amablemente me prestó un amigo. Estaba haciendo la cara de un personaje histórico del cual no diré el nombre. Cuando tenía dibujada apenas la mitad de su rostro, mi amigo volteó y dijo “oye te está quedando bien”, a lo que yo inmediatamente me incomodé y, como si me hubiera dicho un insulto, le respondí “¡No lo veas aún! No tienes que hacer ningún comentario hasta que termine”, con un rudo tono de voz. Él por supuesto se ofendió y discutimos. Discutimos a tal grado que yo terminé regresándole su dispositivo y el dibujo jamás lo terminé.

 

Creo que hay artistas a los que no les gusta compartir su obra antes de que esté terminada. Podemos molestarnos, irritarnos, fastidiarnos e incomodarnos si insisten en echarle un vistazo a algo antes de que esté listo. Y para evitarlo, podemos vociferar, lanzar una mirada despectiva, manotear o incluso dar una respuesta agresiva hacia la persona que, con la mejor de las intenciones, quiere ver lo que estamos haciendo.

 

La persona que cometió el pecado de acercarse y hacer un comentario sobre el trabajo verá esas respuestas como algo irrespetuoso, malagradecido, pero solo es el instinto del artista por proteger su arte de los juicios anticipados e innecesarios que puede provocar ver la versión incompleta del mismo.

 

Nada justifica una mala actitud ante una buena acción pero, al final, el artista será el único que decida cuándo, dónde y cómo compartir su arte, si es que algún día lo quiere compartir.