Carta

 (Inmerecidamente) distinguido lector:

No me complace escribirle. Alguien como usted debería ser juzgado por la sentencia de un tribunal y no por la conciencia de una ciudadana reflejada en una carta. Pero, al día de hoy, es lo que hay. Y más vale ese poco, que nada.

Los tiempos difíciles que vivimos me orillan a escribirle. Y no se confunda. Los tiempos difíciles no comenzaron con la pandemia, sino cuando usted dejó de ser lo que dijo que era, y se convirtió en lo que siempre criticó pero que siempre quiso ser. Sin embargo, el confinamiento voluntario – ¿O es en realidad forzoso? – me obliga a que nuestra comunicación sea escrita. En carta. Porque mucho me encantaría poder decirle de viva voz las palabras que está a punto de leer.

Ojalá no tenga la necesidad de romper la cuarentena. Después de todo, usted dispone de los medios para hacer y deshacer con una simple instrucción. Esto le permite resguardarse y no correr riesgos innecesarios, y seguir las recomendaciones sanitarias. Pero, usted y yo sabemos que sí tiene necesidad de romper la cuarentena.

Porque si cumpliera la cuarentena, usted sería irrelevante. A pesar de su importancia, usted necesita de los reflectores, estar en boca de todos, y ser tan vigente como el periódico de hoy. Porque creo que, en el fondo, usted sabe que el saco le quedó grande (de manera literal y en sentido figurado).

Y por eso mismo, no va a seguir las recomendaciones sanitarias. Usted se va a poner en riesgo. Voluntariamente. Y va a poner en riesgo a la gente alrededor de usted. A quienes están cerca de usted por ingenua convicción y a quienes están cerca por astuta conveniencia. Por eso no tiene caso aconsejarle que no salga a la calle sin necesidad, o que se lave las manos, o que use mascarilla.

Es más, puede que piense que contagiarse de SARS COV-2 (Covid-19) -si es que algo cree sobre este virus- sería algo bueno para usted. Sería usted el mártir justiciero del coronavirus. Sería el abono perfecto para su ego, soberbia y necedad.

Y aunque esa es razón suficiente para preocuparse por su salud mental, no es por eso que le escribo. En realidad me da lo mismo si vive en una realidad alterna. Después de todo, lleva mucho tiempo haciéndonos partícipes de ella; sólo que ahora estamos forzados a vivirla en carne propia con usted. Y ya que tiene que ser así, por lo menos debería tratar de hacerlo lo mejor posible.

El problema es que usted es mentiroso, inepto y resentido ¿Durante cuánto tiempo prometió el paraíso? ¿Cuántas veces prometió cosas a sabiendas de que no podría cumplirlas? ¿Y cuántas veces lo hizo sólo para ganarle a quienes le habían ganado antes?

Usted no es mejor que nadie. Más bien, es la suma de los errores y de los vicios del pasado. Pero como usted es mentiroso, y su público es, digámoslo así, inocente, todo esto pasa a segundo plano.

Usted no es más apto que nadie. De hecho, su pasado sugiere que sus capacidades son pocas, y además no gusta de usarlas. Si alguna capacidad tiene, en todo caso, es su capacidad para engañar y seducir al que se deje. Probablemente por eso goza de tanta impunidad moral, después de cometer tanto error que deja al descubierto su ineptitud.

Y usted no es más justo que nadie. No está en donde está para hacer las cosas mejor que antes, sino para demostrar que usted también puede hacerlas. Pero estando en donde está, no usa su influencia para bien. Antes, es como un niño que se da cuenta que puede romper un juguete, y lo golpea hasta desbaratarlo. Usted es un espectáculo penoso.

Se preguntará por qué sé tanto de usted. Pues es que usted es muy popular. Todos los días sale en televisión, aunque no por las razones que debería. Casi siempre es sólo para resaltar que hizo o dijo algo impropio de su investidura. Ojalá se diera cuenta de eso pronto, porque la realidad es que no disfruto viendo cómo todo lo hace mal.

Desde donde usted está, sus errores afectan a muchísima gente pero a usted no parece importarle. Puede que usted sea malévolo hasta la entraña y disfruta viendo las nefastas consecuencias de sus actos y decisiones. Pero creo que esa no es la razón. En realidad, usted simplemente no entiende lo que hace. Incluso puede tener de verdad buenas intenciones. Pero ya lo dije antes, usted es inepto. Y es tan inepto que no se da cuenta que es inepto. ¡Vaya gracia!

Lo peor es que si lo pienso bien, no puedo culparle de todo. Usted es el reflejo de la gente que ingenuamente cree en usted; usted es el reflejo de los ignorantes, de los soberbios, y de los resentidos intolerantes que creen que sólo lo que ellos dicen es bueno y es cierto. Precisamente, porque no son conscientes de lo anterior. La gran ventaja de esto es que son felices, felices, felices.

Qué impotencia siento al saber por anticipado que no va a entender el mensaje de esta carta. Y si lo entiende, lo va a interpretar a su conveniencia. Probablemente vea en mis críticas el reflejo de una conspiración en su contra; o quizá las transforme en algo así como envidia a su popularidad. Como si ser popular en donde usted está sirviera para algo.

Pero si usted, o alguien cercano a usted, comprende lo que le quise decir, entonces probablemente censure el mensaje. Hará como que no fue recibido, o que no entendió. Para eso no es tonto. Y si acaso estas palabras salen a la luz, prefiere criticarlas desde una malganada superioridad moral y restarle importancia, usando expresiones dicharacheras en lugar de argumentos.

Le quedó muy grande el puesto, y eso que la vara estaba bastante baja ¡Adiós!

Anónimo.

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